La violencia invisible: la destrucción silenciosa de la salud mental
- Erika Monic

- 20 oct
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Por Erika Zamora 5 mar · 6 min de lectura

La violencia psicológica no siempre se manifiesta en gritos, insultos o golpes. A veces se esconde en el tono de voz, en una mirada de desprecio, en una broma que humilla, o en un silencio que castiga. Es una violencia invisible, difícil de nombrar, que se instala poco a poco y puede durar años, incluso décadas, sin ser reconocida por quien la sufre.
Como explica la psiquiatra Marie-France Hirigoyen en Le harcèlement moral (1998), se trata de “una agresión continua, fría y calculada, que destruye la integridad psíquica sin dejar huellas visibles”. Es una forma de dominación donde el agresor busca controlar al otro emocionalmente, haciéndolo dudar de su propio criterio, de sus recuerdos y hasta de su valor como persona.
El abuso emocional en las relaciones de pareja
En el ámbito de la pareja ya sea en un noviazgo o en un matrimonio, la violencia invisible puede comenzar con pequeñas descalificaciones, con comentarios sutiles que minan la confianza:
“No sabes hacer nada bien.”“Estás exagerando.”“Nadie más te soportaría como yo.”
Al principio, la persona agredida puede creer que son simples conflictos o “formas de carácter”.Pero con el tiempo, el patrón se repite y la relación se convierte en un espacio de control, manipulación y desvalorización constante. El agresor alterna periodos de ternura y maltrato, generando confusión y dependencia emocional.
El psicoanalista Paul-Claude Racamier denominó a este tipo de agresor pervers narcissique: alguien que se alimenta del desgaste psicológico del otro, y que solo se siente en control cuando logra desestabilizarlo. El ciclo de abuso se mantiene mediante la culpa, la manipulación afectiva y la negación del conflicto, creando un lazo traumático en el que la víctima siente que no puede irse, aunque sufra.
El matrimonio como escenario de abuso silencioso
En los matrimonios, la violencia psicológica puede mantenerse durante 10, 15 o incluso 20 años o más, sin que la víctima sea plenamente consciente. Esto ocurre porque el abuso se normaliza: las humillaciones se confunden con “problemas de pareja”, el control con “cuidado”, el miedo con “amor”.
Muchas personas llegan a terapia o a tomar conciencia solo después de un evento detonante:
Una conversación con un amigo o terapeuta que pone en palabras lo que nunca se atrevieron a nombrar.
Una película, un libro o una experiencia ajena que actúa como espejo.
Un momento límite una crisis de ansiedad, una enfermedad, la separación de un hijo que las obliga a mirar con otros ojos.
Ese instante de lucidez, ese clic de consciencia, suele ser devastador y liberador al mismo tiempo.De pronto, todo cobra sentido: las culpas, los miedos, los silencios, los años de soledad emocional. Como describe Muriel Salmona, experta en psicotraumatología, “el trauma relacional no se comprende desde la razón, sino desde el cuerpo y la emoción; por eso puede tardar años en ser identificado”.
Los efectos de la violencia invisible
Las consecuencias de vivir bajo este tipo de abuso son profundas y múltiples.Entre los efectos más frecuentes se encuentran:
Ansiedad y angustia difusa. La víctima vive en alerta constante, temiendo el próximo estallido o reproche.
Disociación emocional. La persona se desconecta de sus sentimientos como mecanismo de supervivencia.
Baja autoestima y autoinculpación. Empieza a creer que “ella” o “él” es el problema.
Aislamiento social. El agresor controla las relaciones, generando dependencia.
Problemas físicos. Insomnio, tensión muscular, fatiga crónica o síntomas psicosomáticos.
A menudo, tras años de convivencia, la víctima se percibe como una sombra de sí misma: sin energía, sin confianza, sin capacidad de decisión. Y, paradójicamente, aún puede sentir culpa por pensar en irse.
Salir del círculo y reconstruir la identidad
El primer paso hacia la recuperación es reconocer la violencia. No hay cambio posible sin conciencia. Nombrar el abuso aunque duela permite romper el ciclo del silencio.
El acompañamiento psicológico especializado, a través de la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) y la Terapia EMDR, ayuda a procesar las experiencias traumáticas, restablecer la seguridad interna y reconstruir la autoestima.La terapia permite comprender que nadie tiene derecho a destruir la confianza, la libertad o la dignidad emocional de otra persona.
Como señala Hirigoyen, “la reconstrucción comienza cuando la víctima deja de justificarse y se atreve a creer en su propia percepción”.
Sanar no significa olvidar, sino recuperar el poder sobre la propia vida. Cada paso hacia la conciencia es una forma de reparación y de regreso a uno mismo.
La violencia invisible puede durar años, incluso décadas, sin ser nombrada. Pero siempre hay un momento una palabra, una mirada, una experiencia que despierta la conciencia. Ese clic interior marca el inicio del proceso de liberación.
La recuperación es posible. La ayuda terapéutica, el acompañamiento profesional y la comprensión profunda de lo vivido permiten transformar el dolor en conciencia, y la conciencia en fuerza.
“No hay heridas pequeñas cuando el alma ha sido dañada." Inspirado en Muriel Salmona
Referencias
Hirigoyen, M.-F. (1998). Le harcèlement moral : La violence perverse au quotidien. La Découverte.
Racamier, P.-C. (1992). Le génie des origines : Psychanalyse et psychose. Payot.
Salmona, M. (2013). Le Livre noir des violences sexuelles. Dunod.
Herman, J. (1992). Trauma and Recovery. Basic Books.



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